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Un
buen artículo en TechCrunch, “Automakers aren’t really advertising electric vehicles“,
incide en el verdadero problema de los vehículos eléctricos: la industria de la
automoción sigue dominada por auténticos petrolheads, y no tiene el menor
interés en venderlos.
Los
datos son claros: en los Estados Unidos, los vehículos eléctricos vendidos
durante el año 2016 excluyendo diciembre ascienden a un mísero total de 133,854
unidades, sobre unas ventas totales de vehículos ligeros de casi 16 millones.
En España, los vehículos eléctricos vendidos ascienden a tan solo 1,671
unidades, sobre una matriculación total de 1,050,121 vehículos. Del vehículo
eléctrico más vendido en los Estados Unidos, el Tesla Model S, se vendieron
23,571 unidades. En España, el récord lo tiene el Nissan Leaf, con 493. En el
mundo, se han vendido solo 584,393 vehículos eléctricos en lo que llevamos de
2016.
Hasta
aquí, poca novedad: se venden pocos vehículos eléctricos, e incluso datos como
que llevemos catorce meses con crecimiento positivo o que hayamos superado en
más de un tercio las ventas del mismo período del año anterior tienen que ser
puestos en contexto, porque esos incrementos suponen muy poco si lo aplicamos
sobre la mísera base actual. Pero lo que hace interesante el artículo de
TechCrunch es la referencia al porqué de esa escasa popularidad: la práctica
ausencia de publicidad de las marcas de automoción referente a vehículos
eléctricos. La inmensa mayoría de las marcas, con muy escasas excepciones,
dedica sus presupuestos publicitarios a anunciar sus vehículos de gasolina o
diesel, mientras relega los eléctricos prácticamente al olvido.
¿De
qué estamos hablando? Básicamente, de una industria que, ante el desarrollo del
vehículo eléctrico, prefiere mantenerse en tecnologías conocidas, y evitar el
cambio. Relativamente pocos competidores, la mayoría con escala mundial, en una
situación de relativo equilibrio, y ante una tecnología que indudablemente,
tiene el potencial de alterarlo. En esa tesitura, las compañías optan, en
diversos grados, por iniciar actividades de investigación en la tecnología
emergente para evitar quedarse fuera en caso de que la transición se acelere
por la razón que sea, pero siguen apostando por lo tradicional: las cadenas de
montaje siguen produciendo vehículos de gasolina y gasoil como si no hubiese
mañana, y las direcciones de marketing siguen anunciándolos. El resultado es el
que todos conocemos: el vehículo eléctrico sigue, por posicionamiento, por
inversión en I+D y por falta de énfasis en el marketing, relegado a ser una
opción completamente minoritaria. Y si, dentro de las 4 P del marketing, la P
de Publicidad es gestionada de esa manera tan profundamente irresponsable, ¿qué
cabe decir de la P de Precio, que mantiene posicionamientos completamente
absurdos y planteados únicamente para hacer huir a los posibles usuarios como
de la peste?
El
vehículo eléctrico, según investigaciones del MIT, es suficiente para cubrir el
87% de nuestras necesidades, y en 2025 lo será para el 99%. Ese dato no tiene
en cuenta las necesidades de carga en ruta, no depende de redes de cargadores,
sino que se calcula únicamente con la opción de cargar durante la noche en los
hogares. La autonomía de los modelos disponibles no deja de crecer, pero son
muy pocas marcas las que trasladan esta realidad tecnológica a los usuarios en
sus campañas: la inmensa mayoría prefieren seguir vendiendo lo malo conocido a
intentarlo con lo bueno por conocer. Los vehículos con motor de combustión
interna (ICE) son, como su acrónimo indica, parte del sucio pasado que ha
llevado al planeta a donde está ahora. Mientras seguimos fabricándolos y
vendiéndolos, ignoramos la gran verdad: que deberían haber sido prohibidos hace
años. Pero los motores eléctricos, además de más eficientes, son mucho más
simples en su diseño y sufren muchas menos averías, lo que incide en otra
jugosa línea de negocio de la industria: las reparaciones, revisiones y
servicio en general.
¿No
deberíamos, como sociedad, plantearnos la necesidad de obligar a esa industria
a cambiar? ¿No deberíamos pasar de simplemente otorgar subvenciones al vehículo
eléctrico, a gravar de manera significativa a los de combustión interna, de
manera que se desincentivase su fabricación y adquisición? ¿Imponer plazos para
su desaparición definitiva? Estamos hablando de cuestiones muy serias: forzar
la transición ordenada de una industria que puede ser viable bajo unas nuevas
reglas, pero que se empeña en aferrarse a las antiguas pase lo que pase,
prolongando una situación insostenible todo el tiempo que pueda. Una industria
irresponsable que tiene la capacidad de fabricar automóviles limpios, pero que
prefiere seguir envenenándonos mientras se llena la boca hablándonos de su
supuesta responsabilidad social corporativa, reducida a un simple chiste. La
única actuación verdaderamente responsable que cabría esperar por parte de una
compañía de automoción es anunciar una fecha, y no lejana, para el final de la
producción de vehículos sucios, pero no conozco ninguna, salvo las que nacieron
ya directamente como eléctricas, que lo haya hecho. La industria de automóvil
sigue siendo patrimonio prácticamente exclusivo de los petrolheads. Y
decididamente, va a necesitar mucha sangre nueva para plantearse cambiar.
This article is also available in English in my Medium page, “Does
the automotive industry really believe in electric cars?”
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