Por qué nunca más compraré un coche que no sea eléctrico
Hay que dejar el petróleo bajo tierra, no tenemos necesidad ni derecho de intoxicar nuestras ciudades
Fernando Pina
Me suelo desplazar en bici por Madrid y llevaba un tiempo
pensándolo. Probé uno hace cuatro años, pero pensé que aún no era el
momento. Al final, hace un año y medio me compré un coche eléctrico y he
pasado de oír el rugido del motor al canto de los pájaros. Aunque en
España todavía es una aventura hacer viajes largos, tengo clarísimo que
no vuelvo a comprar en mi vida, jamás, un coche que funcione con
gasolina o gasoil, con combustibles fósiles.
Cuando hablamos de coches eléctricos mucha gente los
visualiza como carritos de golf, pequeños, sin potencia y con poca
autonomía. Hoy ya no tienen nada que ver con aquello. En 2013 se produjo
un cambio radical y en 2017 se espera una revolución en parte gracias a
la misión de Tesla y otros fabricantes, con baterías con las
que se podrán conducir más de 300 kilómetros sin problemas. La mayoría
de los actuales ya tienen carga rápida (en media hora están
suficientemente cargados) y pueden circular entre 130 y 180 kilómetros
con una recarga, de sobra para un uso urbano o para quienes viven en la
periferia de una ciudad, como yo ¿Cuántos conductores hacen diariamente
más de esa distancia en una ciudad?
Siempre he estado bastante metido en el mundo del
automóvil; soy ingeniero industrial y trabajé hace años en la planta de
Opel de Figueruelas. Pero a la vez soy un ecologista ferviente y estoy
radicalmente en contra de aumentar la emisión de los gases de efecto
invernadero y contaminantes tóxicos a la atmósfera, por eso soy un firme
defensor de este tipo de vehículos. Por ahora somos pocos los pioneros,
los “early adopters” -circulan unos 12.000 vehículos eléctricos, y este
año se prevé una venta de 3.700 unidades- pero somos como una
comunidad. Entre nosotros hay mucha camaradería, tenemos una asociación
de usuarios (AUVE), grupos de WhatsApp, foros, hacemos quedadas, y ofrecemos enchufe y apoyo al compañero que lo necesite.
En otros países los coches eléctricos son bastante más
comunes, también porque se ha desarrollado mucho más la infraestructura
de puntos de carga. A mí me da una envidia tremenda cuando veo en
Noruega y otros países del norte de Europa un lugar para recargar de
forma rápida cada 20 o 50 kilómetros. Aquí un viaje por carretera
requiere bastante planificación. De los 30.000 kilómetros que tiene mi
coche, casi todos los he recorrido en la Comunidad de Madrid, excepto un
viaje que hice a Alicante. Es posible hacerlo, pero hay que llevar
localizados los puntos de recarga rápida, averiguar si están operativos,
etc, con aplicaciones como electromaps.
En ciudad con el coche eléctrico se ahorra dinero. Según el
apoyo de cada ciudad no se paga aparcamiento en zona regulada, ni
peajes, ni impuesto de matriculación ni casi el de circulación (tenemos
un 75% de descuento). Se puede acceder a zonas restringidas solo para
residentes o taxis y circular yendo solo por el carril BUS-VAO,
reservado solo a autobuses o coches con alta ocupación. Cargarlo es
gratis en sitios como centros comerciales. En casa lo enchufo por la
noche y me cuesta un euro por cada 100 kilómetros, con tarifa supervalle
y por supuesto con energía 100% de origen renovable. El mantenimiento
es casi inexistente, sale por unos 50 euros al año al no tener aceite,
ni refrigerante, ni bujías, ni filtros de motor que haya que cambiar. La
simplicidad del motor eléctrico de inducción y sus mínimos desgastes
reducen las averías y a la batería, una vez que su capacidad se reduzca
para uso en vehículos, se le puede dar una segunda vida como
estacionaria para autoconsumo en viviendas.
En España, la compra del vehículo está subvencionada, y de
los 22.000 euros que costaba, yo solo tuve que pagar 12.000 euros con la
batería en alquiler. Los profesionales y empresas, según comunidades,
tienen más ayudas y una furgoneta eléctrica les puede salir hasta por
4.000 euros. Desgraciadamente estos planes están dotados de muy poca
cuantía económica en relación a otros países europeos, se agotan pronto y
son inestables en el tiempo. Se sigue primando el apoyo a los vehículos
de combustión con diferencia. Una solución ideal sería la supresión del
IVA como en Noruega y eliminar las subvenciones.
Ahora, si no tienes garaje donde poder cargar la batería
(vale cualquier enchufe), no es demasiado recomendable porque las
ciudades españolas aún no están lo suficientemente preparadas. La
excepción es Barcelona, donde el Ayuntamiento y la Generalitat han
apostado por crear una buena red de puntos de recarga rápida. En Madrid
la infraestructura es reducida, antigua, lenta y cara; los precios de
carga rondan entre los 6 y los 10 euros, cuando no debería pasar de tres
o cuatro. En ciudades como Oslo, Barcelona, Sevilla o Valladolid son
gratis; a cambio, no contaminas ni con humos tóxicos ni con ruido.
Cuando pasas a un vehículo eléctrico tienes que cambiar el
chip. No es como en los de gasolina, que esperas a que el depósito se
vacíe antes de volver a llenarlo. Estos funcionan como el móvil, que por
más que lo hayas cargado por la noche, si puedes lo vuelves a enchufar
durante el día para llevar la mayoría de carga posible. Con la batería
llena yo me puedo mover tres o cuatro días en Madrid, pero siempre que
puedo lo enchufo para tenerlo al 100%. Por eso la autonomía en ciudad no
es un problema. Hasta ahora, nunca me he quedado tirado sin batería y a
los que me plantean ese escenario les recuerdo que hay muchas
gasolineras, sí, pero enchufes hay muchos más y por todos lados; el
problema es su accesibilidad.
Muchos usuarios compran un coche eléctrico como segundo
coche, pero al final se acaba convirtiendo en el primero. Todos los
miembros de la familia lo quieren coger. Al otro le llamamos ahora el
fósil. El eléctrico es más cómodo y se conduce con tanta suavidad, sin
vibraciones, sin ruido, que no quieres cambiar. Su aceleración en ciudad
supera a cualquier otro ya que da el par máximo desde cero, por eso no
necesita la caja de cambios de un térmico. Además, es coger el volante y
aunque anteriormente no tuvieras una preocupación demasiado ecológica,
te convertirte en un conductor mucho más sostenible; por ejemplo, en
seguida empiezas a calcular la parada en un semáforo de modo eficiente
aprovechando la retención para cargar la batería y no gastando un kW más
de lo necesario; prácticamente no se usan los frenos y tampoco se
desgastan. Es tan fácil de conducir que el que lo prueba se convence.
En las ciudades los coches eléctricos ya son el presente
para el 80 % de las necesidades de los usuarios y en carretera son el
futuro muy cercano. No más de tres años. En cuanto los coches tengan una
autonomía de 300 a 400 km reales y tengamos una buena red de carga
rápida como los países desarrollados de Europa, los automóviles de
combustión ya no tendrán sentido.
Hay que dejar el petróleo bajo tierra, no tenemos necesidad ni
derecho de extraerlo para quemarlo e intoxicar nuestras ciudades y
destruir el planeta. La industria automovilística va en ese sentido,
aunque por ahora los eléctricos en España representan un 0,28% de las
ventas de vehículos mientras que en Europa son entre el 5% y 30%, según
datos de Avere-France. Aquí aún nos falta compromiso ecológico y voluntad política.
Este artículo lo redactó Gloria Rodríguez-Pina después de entrevistar a Fernando Pina.
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