El coche eléctrico y otras recomendaciones para un modelo de transporte descarbonizado
- Para reducir las emisiones, las medidas deben centrarse en el coche
- El eléctrico debería ser un 20% más barato que el automóvil convencional
- Potenciar el tren y electrificar furgonetas, clave en las mercancías
España debe reducir sus emisiones de gases
de efecto invernadero (emisiones GEI) entre un 80 y un 95% hasta 2050
para cumplir con los objetivos de descarbonización establecidos por la
Unión Europea. Y en esta lucha, coches, camiones, trenes y buques tienen
la clave: el transporte es el sector con mayor volumen de emisiones y
aglutina el 24% del total. Por ello, es importante analizar y buscar
soluciones para una actividad tan importante económica y
medioambientalmente hablando.
Un modelo de transporte descarbonizado para España en 2050, el último informe de la consultora Deloitte, pone de relieve los problemas actuales y plantea diferentes actuaciones, especialmente a nivel público, para conseguir que el transporte pase de ser uno de los problemas, a ser una de las llaves del éxito. Hay que tener en cuenta que esta reducción implicará pasar de emitir 329 MtCO2 equivalentes en el año 2014 a emitir entre 14 y 88 MtCO2 en 2050.
En primer lugar, hay que dejar claro que
son necesarias políticas y objetivos de reducción de emisiones más
ambiciosos para el transporte, que en los últimos 15 años ha sido uno de
los sectores que menos lo ha hecho (un 8%) mientras que los otros dos
grandes sectores emisores, la generación eléctrica y la industria, han
reducido sus emisiones GEI un 31% y un 32% respectivamente. Además, en
comparación, el transporte dispone de una mayor madurez en las
soluciones técnicas para su descarbonización, es más homogéneo en
tipologías de activos y los ciclos de renovación de los mismos son más
cortos, por lo que debería asumir un papel más preponderante.
Las políticas actuales no garantizan la
consecución de los objetivos a 2030, ya que las medidas de reducción de
emisiones de nuevos vehículos no aseguran una descarbonización efectiva,
y el uso de biocombustibles no genera una reducción real de las
emisiones. De los 80 MtCO2 equivalentes que emitió el transporte en el
año 2014, el 94% fueron producidas por el transporte terrestre de
pasajeros y de mercancías. El transporte de pasajeros (coche, autobús y
tren, fundamentalmente) emitió 52 MtCO2 (66% del total del sector
transporte) y el transporte de mercancías 22 MtCO2 (28% del total del
sector transporte).
Además de las emisiones GEI, el actual
modelo actual genera una concentración de emisiones de elementos
contaminantes (tales como NOx, SOx , CO y partículas) en los grandes
centros urbanos, ya que el 35% de las emisiones de contaminantes se
realiza en el 5% de la superficie y afecta directamente al 60% de la
población. Otra fuente relevante de contaminación en áreas densamente
pobladas es el consumo de combustible de los buques mientras están
atracados en los puertos (por ejemplo, en el caso del SOx, las emisiones
en los puertos equivalen a la circulación de más de 30 millones de
coches).
Los análisis realizados por Deloitte
permiten concluir que la aplicación de las medidas adecuadas podría
reducir los actuales 80 MtCO2 emitidos por el sector transporte a 52-54
MtCO2 en 2030 y a 5-8 MtCO2 en 2050. Estos valores de emisiones GEI
suponen, con respecto a 1990, una variación de entre -8 y -12% en 2030 y
de entre -87 y -92% mientras que el objetivo establecido en el Libro
Blanco del Transporte de +8% en 2030 y -60% en 2050.
Un esfuerzo para cambiar el modelo energético
Para
conseguir estos ambiciosos objetivos, todos los sectores económicos han
de realizar un esfuerzo conjunto que conduzca a un cambio estructural
en el modelo energético español. El nuevo modelo debería limitar el uso
de productos petrolíferos a aquellas aplicaciones, como el transporte
aéreo, en las que todavía no hay alternativas viables. Y este nuevo
modelo debería estar basado en la electrificación, de tal manera que la
electricidad pase de suponer el 26% del consumo energético final en 2013
a más o menos el 65% en 2050.
Para sostener este nuevo modelo se debería
apostar por las energías renovables, buscando un modelo de generación
eléctrica basado casi exclusivamente en ellas. El futuro mix debería
alcanzar el 90-100% de origen renovable en 2050 (en 2015 este valor fue
el 38%), pero al mismo tiempo se debería garantizar la seguridad del
suministro, lo que supone la necesidad de aprovechar la capacidad de
generación eléctrica de respaldo ya instalada.
Deloitte estima que para conseguir la
efectiva implantación de estas medidas sería necesario una inversión
anual de entre 1.100 y 2.000 millones de euros hasta 2030 (en incentivos
a la compra de coches eléctricos, instalación de infraestructura de
recarga y desarrollo de la infraestructura ferroviaria para el
desarrollo del ferrocarril de mercancías). Esto supone un total de entre
15.000 y 28.000 millones para alcanzar los objetivos marcados.
Electricidad y tren, los protagonistas
¿En
qué consistirían estas medidas en el transporte? En primer lugar,
habría que conseguir una casi total electrificación del transporte de
pasajeros, con un 25% del parque del automóvil eléctrico en 2030 y de
más del 90% para 2050. En segundo lugar, una mayor importancia del
ferrocarril y la electrificación del transporte de mercancías: para 2050
el transporte por ferrocarril eléctrico debería suponer el 35-40% y el
camión eléctrico ligero el 13% (equivalente a más del 90% del tráfico
ligero de mercancías).
La práctica totalidad del resto de
mercancías deberían transportarse por tecnologías descarbonizadas aún no
desarrolladas técnica y comercialmente, como por ejemplo el camión
eléctrico pesado. En cuanto a los buques, habría que plantear
alternativas a los procedimientos actuales.
Hay que tener en cuenta que reformar el
sector del transporte es complicado por los desafíos que presenta,
empezando porque a nivel europeo todavía depende enormemente del
petróleo, que sirve para cubrir el 96% de las necesidades. Además, es
una actividad que no ha conseguido reducir sus emisiones: en los últimos
15 años se han incrementado un 13% en la UE. Sin embargo, a diferencia
de otros sectores, dispone de una mayor madurez de soluciones para
afrontar la necesaria descarbonización, es más homogéneo (por lo tanto,
las soluciones valen para diferentes ramas) y los ciclos de renovación
son cortos (10-15 años).
Además de las emisiones GEI, el actual
modelo de transporte genera un elevado volumen de emisiones de elementos
contaminantes, tales como el óxido de nitrógeno (NOx), el óxido de
azufre (SOx ) o el monóxido de carbono (CO), principalmente derivadas de
la proliferación de vehículos diésel, que tienen un especial impacto en
la calidad del aire de los grandes centros urbanos, lo que constituye
otro de los grandes problemas asociados al actual modelo. Alrededor del
35% de las emisiones de NOx y SOx derivadas del transporte por carretera
se producen en un 5% de la superficie española, correspondiente a
grandes zonas urbanas, y afecta directamente al 60% de la población.
Por lo tanto, son necesarios unos
objetivos de descarbonización para el sector transporte más ambiciosos,
que permitan compensar las barreras existentes en otros sectores y
aseguren la consecución de los objetivos globales para el cambio de
modelo energético. Las diferentes Administraciones Públicas deben
acometer una serie de reformas para que, a pesar de la complejidad de
esta transición, se pueda avanzar en la descarbonización, combinando un
aumento de las ventas de coches eléctricos con una reducción de las
ventas de los tradicionales y con una mejora de la infraestructura.
'Atacar' al coche
En
este sentido, las medidas más importantes se tienen que centrar en los
coches, puesto que fueron responsables del 95% de las emisiones del
conjunto de transporte de pasajeros, mientras que el resto fueron
derivadas del transporte por tren o autobús. El coche es el medio de
transporte de pasajeros más contaminante, tanto en valores absolutos
como en unitarios.
En un primer momento, el objetivo sería
que la penetración de eléctricos e híbridos enchufables rondara el 10%
en 2025, el 25% en 2030 y fuera ya de más del 90% para 2050. Para lograr
estos objetivos, este tipo de vehículos debería suponer ya el 30-35% de
las ventas en 2025 y casi la práctica totalidad al final del horizonte
estimado. Si bien los diferentes tipos de vehículos (gasolina, diésel,
gas natural, eléctricos y GLP) convivirán en 2030, no debería venderse
ningún vehículo con motor de combustión interna a partir de 2040. El
problema de estos objetivos es que el vehículo eléctrico se enfrenta a
dos barreras principales: sus menores prestaciones frente a los
vehículos convencionales (menor autonomía, mayor tiempo de recarga,
menos modelos disponibles y más caros) y la reducida disponibilidad de
la infraestructura de recarga de acceso público.
Hoy en día, un vehículo eléctrico es entre
un 5 y un 24% más caro que uno convencional comparable, y los
incentivos públicos han sido escasos: desde 2009 apenas 40 millones en
total. El PIVE, por el contrario, ha tenido una dotación de 1.200
millones desde 2012. Y esos incentivos pueden ser clave para
electrificar el parque automovilístico. Por ejemplo, un vehículo
eléctrico utilitario en 2015 era entre un 15% y un 27% más económico en
Noruega y Holanda, dos de los países europeos que más avanzada tienen la
transición. En el primero ya supusieron el 23% de las ventas, mientras
que en el segundo fueron del 10%. En España, apenas el 0,2% en 2015.
Además de esas ayudas directas a la
compra, sería interesante añadir exenciones fiscales, por ejemplo, al
impuesto de matriculación (como en la propia Noruega) y extender todas
las actuaciones no solo a consumidores particulares, sino a empresas y
usuarios profesionales. También se podrían complementar con facilidades
al uso (acceso a aparcamiento en el centro de las ciudades, aparcamiento
gratuito, carriles prioritarios) e incluso plantear una prohibición
total de venta de vehículos convencionales en un horizonte temporal
próximo, como 2025-2030.
Pero para que todas estas medidas tuvieran
un efecto real es imprescindible crear una infraestructura de recarga
que en España no existe. Deberían combinarse los puntos de recarga
particulares en garajes y viviendas con postes públicos en la propia
calle y en aparcamientos, así como desarrollar electrolineras. También
habría que desarrollar puntos de recarga en instalaciones para flotas de
vehículos (Emov, Car2Go...).
En primer lugar, habría que establecer
objetivos ambiciosos para 2030, por ejemplo 6 millones de vehículos
eléctricos, para poder evaluar las políticas de incentivos y fiscales.
En segundo lugar, que esos incentivos rebajen el coste del coche
eléctrico hasta situarlo un 20% por debajo del coste de un coche
convencional (unos 10.000 euros por unidad) hasta lograr los objetivos.
Deloitte calcula que serían necesarios unos incentivos acumulados de
entre 2.300 y 6.200 millones de euros.
En tercer lugar, implantar medidas que
restrinjan y desincentiven el coche convencional: eliminar las ayudas a
la compra, cerrar el tráfico en el centro de las ciudades a estos
vehículos, tasas por su uso y un calendario para prohibir
definitivamente su comercialización. Por último, habría que definir y
desarrollar un modelo de despliegue de la infraestructura de recarga de
acceso público, con un coste total estimado de unos 1.250-1.300 millones
hasta 2030.
Dado que la Administración Pública puede
no tener suficientes recursos para este despliegue, se requiere
incentivar la participación de la iniciativa privada en el desarrollo de
esta infraestructura. Para lograr su participación, habría que eliminar
barreras administrativas e incentivar el despliegue en aparcamientos
privados, centros comerciales, de ocio, etc.
Pero el papel de las administraciones no
se debe limitar a facilitar y dotar de recursos las inversiones. Tiene
que asumir rol ejemplarizante en la adopción y compra de vehículos
eléctricos (por ejemplo, que el 100% de las nuevas adquisiciones de
autobuses en las grandes ciudades sean eléctricos para 2030) y
establecer una estrategia para la transformación de la industria
automovilística y sus industrias auxiliares.
Potenciar el tren y electrificar furgonetas
Por
otro lado, para el proceso de descarbonización del transporte de
mercancías es básico reducir el papel de los camiones, responsables del
95% del tráfico, frente al 5% del ferrocarril, medio que debería ser
potenciado, ya que tiene una elevada madurez tecnológica y permite un
abatimiento completo de las emisiones (con tracción eléctrica y
generación eléctrica 100% renovable. En España, el nivel de desarrollo
del ferrocarril es muy inferior al de otros países europeos (representa
el 5% del transporte de mercancías, frente al 20% en Alemania). Incluso,
la posible utilización del gas natural en el ferrocarril puede
considerarse como energía de transición, si bien hay que tener en cuenta
que el potencial máximo del tren sería del alrededor del 35-40% del
total del tráfico de mercancías.
Junto a un incremento del peso del
ferrocarril, descarbonizar el transporte de mercancías requiere la
electrificación del transporte ligero (furgonetas), dado que existe una
elevada incertidumbre sobre el desarrollo de tecnologías de transporte
pesado libres de emisiones: autopistas con catenarias eléctricas que
permitan la circulación de camiones con pantógrafo, camiones de pila de
hidrógeno o introducción de sistemas híbridos en motores de combustión
interna, y por ello, no es posible anticipar cuáles de estas serán
finalmente las que se desarrollen.
De hecho, los camiones eléctricos podrían
permitir la eliminación del 100% de las emisiones, pero tienen diferente
grado de madurez dependiendo de su capacidad de carga. Por un lado, ya
se comercializan en España vehículos eléctricos para el transporte
ligero de mercancías (cargas entre 600 y 1.000 kg) y varias compañías
están adoptando este tipo de vehículos para sus flotas.
Por el otro, el transporte pesado de
mercancías mediante camión eléctrico está todavía en las fases iniciales
de su desarrollo. Al igual que en el tren, el camión de gas natural es
una solución comercialmente viable hoy en día, por lo que, a efectos de
la descarbonización, sería una tecnología de transición, mientras el
resto de soluciones despegan. En total, según los cálculos de Deloitte,
para reducir el 50% de las emisiones es necesario multiplicar por cuatro
el porcentaje de mercancías transportadas por ferrocarril en 2030 (y
por ocho en 2050) y pasar a vehículo eléctrico la práctica totalidad del
transporte ligero de mercancías.
Pero al igual que existen barreras para la
compra de coches eléctricos, el desarrollo del ferrocarril de
mercancías tiene sus problemas. El ancho de vía ibérico (el cambio de
vagón en la frontera implica tiempos de espera y sobrecostes), la
ausencia de infraestructuras clave (falta de accesos a puertos y zonas
logísticas, circunvalaciones para compatibilizar con el tráfico de
pasajeros y la imposibilidad de circulación de contenedores de gran
tamaño) y la alta competitividad de la carretera (red más extensa, gran
competencia, bajos precios y bajos impuestos) han frenado su desarrollo.
Por último, la reducción de emisiones de
elementos contaminantes (NOx, SOx, etc.) por parte de los buques
atracados es una actuación clave para restringir el impacto en las
ciudades. Las emisiones de SOx y NOx en los puertos españoles equivalen a
la circulación de millones de vehículos convencionales, ya que durante
el tiempo de atraque en puerto los buques mantienen sus motores
auxiliares en funcionamiento para generar la electricidad necesaria para
alimentar sus sistemas internos.
Esto es debido a que el gasoil marítimo
utilizado por los barcos durante su atraque en puerto tiene unas 5 veces
más NOx y unas 100 veces más SOx que el diésel de coche. Estas
emisiones afectan a zonas densamente pobladas o turísticas cercanas a
las áreas de influencia de los principales puertos españoles. Para
reducir el impacto en las emisiones de los buques atracados en puerto
existen dos grandes alternativas: usar gas natural (como en los trenes o
en los cambiones) o suministrar electricidad desde el propio puerto.
Fuente: El economista.es
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